En las tempranas mañanas de aquellos días, a
principios del año 84, estaba desesperado por rendir las materias del ingreso a
la facultad de medicina; el tiempo estaba desorganizado, claro… tenía que
rendir 4 materias del secundario y los exámenes de ingreso.
Al no alcanzar el tiempo, le robaba horas al sueño y
me levantaba a las 4 de la mañana, me bañaba como podía, a veces el calefón se
apagaba por un aire maléfico que se despertaba conmigo y me duchaba rápido con
agua fría, recién ahí me despertaba.
Encendía el fuego de la hornalla de la cocina para
calentar agua, solo para tomar los mates de la mañana y en pijamas y ojotas
abría el libro en las páginas donde había dejado la noche anterior.
Mientras el agua se calentaba, iba hacia la mesada
del comedor y recogía el radiograbador Crown y sintonizaba la FM del momento,
con volumen bajo, solo yo escuchaba la radio, la familia dormía.
Armaba mi propio estudio en el comedor: Libro
abierto, pava, mate y radio.
Éste sistema que organizaba duró casi todos los años
que estudiaba el pregrado de medicina.
Pasados 7 años de estudio constante sobre el
organismo y enfermedades humanas, recibo el diploma el 10 de marzo de 1992;
enorme, blanco, con marcas de agua del escudo de la Universidad de Buenos Aires,
con todas las firmas en su dorso; que aún hoy conservo y conservaré durante
toda mi vida.
Pasaron 20 años desde aquellos días, cuando voy de
visita a una reunión de caballeros que me habían invitado, todos vestidos con
traje negro, camisa blanca y realmente todos impecables para hablar sobre
hechos filosóficos; me toca sentarme en un sitio donde podía ver todo.
El primero que habla es un caballero y dijo… “Buenas
Noches, Señores.”
Automáticamente mis ojos se cerraron y mi corazón
entró a palpitar con fuerza, mi mente se despertó y escuchando esa hermosa e
inolvidable voz, retrocedí en el tiempo y viajé hasta los momentos donde tomaba
aquellos mates con el libro abierto.
Llegada la pausa en la charla filosófica, me levanté
de mi silla y fui caminando, despacio hacia el hombre de la bella voz y le
pregunte:
- ¿Norberto, sos vos?
- Sí, soy.
Sin pensarlo, lo abracé, le di un beso en la mejilla
y le digo:
-
Gracias.
-
¿Por qué?
-
Me acompañaste toda mi carrera, en las
madrugadas de la radio, mientras vos hablabas, yo te escuchaba y estudiaba.
Muchas Gracias.
Hoy, Norberto Tallón es docente de la escuela de
locutores, admirablemente sabio y por supuesto, nunca abandonaré su amistad,
rectitud, corrección y seguiré aprendiendo de él como antes.
Cada vez que me habla,
el hombre me enseña y siempre con una actitud de eterno aprendiz, me toma de la
mano como un alumno que quiere seguir adelante y el discípulo obedece.
La vida me enseña que
el universo es finito y siempre nos vamos a encontrar con el maestro que viaja
sin parar.
JOSÉ LUIS SENLLE
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