sábado, 3 de marzo de 2018

EL SALARIO DE PERSEO


Luego de 1 año y algo más, regreso al inframundo del trabajo.
Ya pagué varias monedas a Caronte para cruzar el rio Estigia, costó pero, pagué; me encuentro ahora en una nueva zona del vasto inframundo.

Una semana trabajando, sin instrucción de nada, recibo la llamada de los 2 cerberos que custodian la puerta de Hades.

Esos cerberos son perros con 3 cabezas y cada una de ellas tiene una boca llena de saliva contagiosa de rabia, mirada diabólica y obviamente carecen de sentimientos, lo único que hacen es cuidar las puertas del inframundo para defender a su amo, Hades.

Abro las puertas pintadas de blanco, como invitando a entrar con la guardia baja; la primera impresión es el miedo a los canes que se va rápidamente cuando uno se da cuenta donde está.

Me dirijo directamente a Hades, ya que me había llamado y siento detrás los ladridos de los cerberos, llenándome de baba pegajosa la espalda y nuca; me volví hacia ellos y saqué mi hermosa espada, es la espada que me prestó Zeus en aquella conversación que me advirtió lo que iba a suceder.

Las cabezas de los cerberos volaron por los aires y cayeron como dos bolas de bowling al piso, rodando hacia los pies de Hades.

Retrocedo para cerrar la puerta y desde la entrada, miro a los ojos a Hades; un viejo con aparente buen carácter pero, detrás de sus ojos está la maldad de los propios del inframundo, se granjeó su palacio durante años en el mismo lugar, haciendo que otros trabajen por él.

Guardo mi espada y me acerco a él con escuadra en mano derecha que cae de punta sobre su escritorio, la misma quedó clavada en madera de acacia, estática y le pregunto:

-¿Dónde está Perséfone?...
Quedó sin palabras.
-Si me ponéis en ataque a tus canes, quiero hablar con Perséfone.

Hades trató de sobornarme pero, queda en el intento cuando saco la segunda arma clavada junto a la escuadra, mi compás de metal.
Sorprendido, trata de calmar mi ira que, obviamente era actuada, como la rabia de los cerberos.

-Sino está Perséfone, te devoro a vos y serás maldito, seguirás viviendo en éste hermoso basural que has armado.

Hades calló y contuvo su llanto.

De inmediato se fue a quejar con Atenea, quien llama a Zeus para que hable conmigo.

Recibo la llamada telefónica desde el olimpo, una llamada dulce que me dice:

-Hades no puede sin sus cerberos, pegará sus cabezas que arrancaste; todo seguirá igual por los siglos de los siglos, ese es su castigo; así que guarda tus herramientas en tus columnas y recibe un salario digno de tu maestría, Perseo.

José Luis Senlle.

domingo, 4 de febrero de 2018

NI COMUNISMO NI CAPITALISMO



Ante un despertar raro, no sabiendo si es tuve un sueño o una pesadilla, me levanto preguntándome cómo hicimos como sociedad para llegar hasta acá.

Aún entre los vapores de la ensoñación, decido entablar un diálogo discrónico con Thomas Robert Malthus (1766-1834) fue un clérigo y erudito Británico con influencias en economía política y demografía, fue el primero que dijo que la población crece más rápido que los recursos.

Ésta definición me hace pensar que si queremos vivir bien hay dos salidas: Aumentamos los recursos o disminuimos la población y la pregunta que me hago parece fatídica ¿Qué es más fácil?
Somos muchos para pocos recursos; ¿Es más fácil disminuir la población mundial o aumentar los recursos alimenticios?

Para dilucidar mi problema le pregunté a Charles Darwin que hacemos. Me contestó: Según la selección natural, los menos aptos abandonan la partida a favor de los más aptos para la supervivencia.
Las modificaciones genéticas permiten que unos se adapten y otros no.

Adolf Hitler me diría que su concepción no estaba equivocada y es por eso que surgió la segunda guerra mundial para la supervivencia de una raza superior, no lo consulto porque “Su Lucha”, horrorizó a la humanidad.

Ante tamaño dilema, me rasqué la cabeza, no pude seguir durmiendo y  le pregunté a Charles Sumner (1811-1874), quien me dijo que la libertad y la desigualdad permiten el crecimiento de las clases aptas para la supervivencia; mientras que la restricción de la libertad y la igualdad ayudan a los menos aptos para supervivir, mientras que la población total se estanca; le pregunté a Don Charles Sumner si éste dilema sería igualar para abajo y me contestó afirmativamente.

Medianamente convencido por lo que me dijo, me reúno con Karl Marx, obviamente él fuma habanos importados, no convidó ninguno ya que disfrutaba de dos medidas de Jack Daniels y me dijo: Dr. Todos para uno y uno para todos y le pregunto… ¿Y a D’artagnan donde lo ponemos? Y el hombre, medio caído por las cuatro medidas de whisky y siendo las tres de la mañana me contesta: No se mijo, eso es cosa suya. Acto seguido, se levanta y se va a  dormir, chocándose con los marcos de las puertas.
Me voy, desahuciado por no haberme contestado las preguntas necesarias pienso…
Si en un bote entramos 40 personas y suben 70, el bote no llega a puerto, con escasa comida y agua; que haría yo…

Razono, sálvese quien pueda y elijo mi libertad pero, si elijo mi libertad, restrinjo la libertad del menos apto para la supervivencia del más apto y si no hubiese elegido ésta opción no podría contar ésta historia.

La enorme diferencia entre la igualdad y la equidad no la entiende nadie y tengo que estar vivo para explicarla.

La enorme diferencia entre la libertad y el libertinaje la entienden los eruditos éticos.

Lo que hace falta a ésta sociedad es educación y alimentación para que nos cuidemos entre todos y; que Don José Hernández siga discutiendo con Sarmiento.