Tome el ciudadano estas líneas como una pequeña reflexión para bien, guiado por aquel noble estimulo de Delacroix; son mías sus palabras, y afirmo que: si no he luchado por mi patria al menos escribiré para ella.
Hoy día, la virtuosidad argentina vive su propia Termópilas, contemplativa recuerda lo que fue, enseguida observa su ocaso; sumergida en el silencio de la extinción, sentencia: -Argentina de la servidumbre de los libres y del libertinaje de los siervos.-
Entre las penumbras del poniente, el virtuoso argentino reconoce que es un Sócrates entre el destierro y la cicuta, ya es incomprendido; la hipnosis de la mayoría lo rechaza. El orgullo lo hace tomar su elección. Vive el sueño de la tierra de Santos Vega y la Patria de Echeverría; cabalga solitario como un San Jorge desafiando al dragón de la ignorancia y el fanatismo. Es un personaje de Dumas; es el renacimiento encarnado de Cervantes o de Shakespeare; es la expresión de un Víctor Hugo.
En sus últimas reflexiones piensa: -No es Patria aquélla que humilla a sus hijos. ¡No, esa no es la mía!- Exhausto de su caminar encorvado y de la dolencia que le causa su doblada cerviz, el ser ante su inevitable desenlace, recuerda que la Patria no se resume a tierras ni a hombres, solo es aquello que respeta a sus unidades y les otorga oportunidades, el instrumento de la evolución con la que se desarrolla el andar de las ideas, la pluralidad de las diferencias y el progreso material. La Patria es el ser inmaterial que apoya y hace posible a los ciudadanos cumplir sus potencialidades. Ella es temporal. La Patria Argentina ya no existe, aquella del ascenso social y las oportunidades se ha vuelto añoranza, y la mágica transformación de bolicheros en estancieros, de peones en doctores, de profesionales en premios Nobel, no pasa de recuerdo.
Observa la realidad atrapado en su contexto, asiste el triunfo del oro sobre el bronce, de la ignorancia y el fanatismo sobre la razón y el conocimiento, de la holgazanería sobre la meritocracia. Desde allí contempla el todo y lo establecido; ambos lo convencen que la felicidad está en lo pequeño, el ejemplo está en la fortuna fácil del deporte y del vicio. El molde educacional y familiar no lo obliga más a ser el mejor y buscar la perfección como antaño, sino todo lo contrario, el sofisma inculca en las conciencias sin rumbo, el deseo y la conformidad con la imperfección. Reflejándose ese educar colectivo en la decadencia del conjunto. -Así es, que se le va hacer- reza el amén del fracaso y la irrelevancia colectiva. Afirma: -Es la resignación, la joroba que ha causado ese andar torcido.-
Entiende que el común sufre la patología del ignorante por voluntad propia, nadie lo obliga, es conciente y ello lo hace feliz. Es el sueño del caudillo y del dirigente aprovechador hecho realidad. Describe al argentino: -La sagacidad es su destreza, la viveza es la calidad que lo distingue; alarde en el mundo hace de su vivacidad, pero ello no impide que gringo callado que se lo cruce, no le saque provecho demostrando su torpeza. El miedo es su sombra, el temor de que dirán de él; la debilidad de carácter, el miedo a enfrentarse aunque la razón y la verdad le hayan sido asignadas, contra aquello que se establece como políticamente correcto y criticarlo es causal de rechazo. La verdad de los vencedores, la verdad del más fuerte es la única verdad.-
Enseguida medita unos instantes y luego piensa:-En la falencia de la palabra emitida, en el incumplimiento de los pactos, en la decadencia que degenera el respeto al semejante y el entender que el derecho de cada uno acaba donde comienza el del otro. En el país en que todo es derecho y nada es obligación, y para reivindicar derechos humanos se requiere requisitos previos excluyentes. Aquí se premia a la ciencia de la haraganería y a los valores exactos de la ignorancia, entre sus niños el mediocre es popular y el inteligente y esforzado es apartado del grupo condenado a la indiferencia. Entre sus adultos, la industria implacable del pan y circo de la pelota, sustentada de sus propios bolsillos, otorga fortuna a los dispensables, y miseria a los indispensables hombres de ciencia, educación y salud, que son los encargados de encaminar a la comunidad hacia el bienestar y los avances científicos.
Nada resulta más cierto que la solución de la cuenta multiplicadora de las unidades mediocres de una comunidad, pues serán las del mismo palo, las que aumentarán la tendencia a gobernarla. Enseguida se pregunta: -¿Deberemos de creer entonces que no hay una fuerza silenciosa que actúa para tal fin?-
Lamenta su pasado, en su historia, aprovechadores descienden a los héroes de sus estatuas, disuelven al bronce o lo convierten en carne. Ello no es otra cosa que acortar el alcance de nuestros futuros líderes. Los antiguos arqueros sabían, que conforme al ángulo de la altura que asestaban sus flechas, más lejos llegarían las mismas. Según como ven nuestros niños y jóvenes a nuestros próceres, actuarán ellos de igual manera en su adultez.
Continúa con su monólogo: -Así es que en el reino absoluto de la mediocracia –mediocridad-, las masas unifican y singularizan su identidad y su verdad, educados en la cultura de la limosna, la hipocresía y falacia, en la que sirvientes y fanáticos son reaccionarios padecientes de una esclavización conciente.
La ausencia de grandeza de su pueblo, causada por sus vicios y faltas, se multiplica de manera progresiva e irrecuperable; reflejándose en la pequeñez de aquéllos que los gobiernan y representan.
De ellos, su gobierno se proyecta en blanco y negro; subsiste de su propia fábula, vive en ella, y en su compilación de cuentos, la quimera de sus múltiples enemigos es una constante. Su ideología descarrilada no encuentra rieles en el mundo moderno, el polvo ha cubierto sus verdades; pero en su afán de continuar, rematan su memoria y su causa, que utilizada como pretexto de poder, ha desmerecido el sacrificio de otros, que al contrario de ellos, eran íntegros en sus convicciones. (Interrumpe un suspiro) -Insensatez de las cosas e incontrolado deseo de poder que no logra sino desalentar al común y suprimir sus últimos vestigios de virtud, convirtiendo a ciudadanos laboriosos y comprometidos, en seres apáticos, incrédulos e indiferentes.
Acompañan a la turba delirante, seres cuya vocación natural a la reverencia los hace desfilar con el porte de vasallos, sin comprender que a la democracia se la construye en las urnas y no amontonándose en plazas. En sus labios la retórica encuentra campo fértil para crecer y multiplicarse, propagándose, en la mayoría de los casos, sobre las conciencias ignorantes y ansiosas del pan de cada día; cuando no sobre los oídos de los sagaces y astutos, que hallan en el falaz argumento, instrumento para mejorar de vida y enriquecerse de la mano de la haraganería y sin cualquier esfuerzo o mérito intelectual. A su lado el trabajador honrado y esforzado, es un tonto.-
Recalca sobre los segundos:-Son los convencidos del engaño propio, su sitio es la antípoda del espectáculo; contratan a su público, cuyos aplausos pecuniarios, acaban por convencerlos de su ilusa popularidad. Se consideran estadistas. Absurda confusión de conceptos: no es estadista aquel cuyas obras o cambios requieren de su presencia en el poder para que las mismas se concreticen y perduren, pues estadista es aquel cuya acción permanece por sí sola. Su huella se desprende de su figura.
La ideología gobernante continúa inculcando una de las causas de nuestra decadencia; es un reincidente incorregible de nuestros males. Al envés de dar el ejemplo de unión, conciliación y entendimiento –que es obligación y no mérito- de saber ceder, con su mitad, la oposición, el oficialismo representa un dantesco espectáculo. Para describirlo debo recurrir a Churchill: el problema de nuestros tiempos está en que los hombres de hoy no desean ser útiles sino importantes.-
Se pregunta: -Si es este el resultado del colosal espíritu emancipador americano, si el noble e ingenuo entusiasmo de pertenencia al continente acaba siempre por ser instrumento de la demagogia y el populismo, funcional a la tragedia del hambre, la holgazanería y la miseria, madre del despecho y el fanatismo, rienda invisible que nos impide alcanzar nuestro destino; pues entonces, no deseo otra cosa que volver a aquella patria europea y culta. ¡Tenia razón Sarmiento! Nada más importante para las naciones que la pertenencia y el cultivo constante de sus raíces, pero ello no implica transformar a este noble sentimiento en excusa de atraso, haraganería y despecho.
Se equivocó José Hernández cuando denominó de barbarie a la civilización de Sarmiento, pues ella, con sus equívocos y aciertos, no ha dejado margen de comparación con la consecuencia que padecemos al día de hoy del resurgimiento de los principios morales -de aquella barbarie populista preconstitucional- durante el Siglo XX. La única diferencia entre aquél modelo de país y el presente, radica en la simple expresión: el primero naciente a partir de Caseros era susceptible de algunas críticas, y el presente no es merecedor siquiera de un halago.
No sé si Juan Domingo fue el hijo que Hipólito nunca tuvo, pero a partir de esos años se despertó aquella bestia adormecida a partir de la batalla de Monte Caseros; reavivaron la naturaleza holgazana, violenta e irrespetuosa que caracterizó al común criollo durante la era preconstitucional.-
Como último deseo lanza un desafío para el futuro: -Si los movimientos posteriores a la década del treinta no fueron capaces de perfeccionar aquella nación que se perfilaba, deben abrirse paso, pues su tiempo ha expirado. Ha llegado el tiempo de la juventud, la Nueva Generación de la que tanto escribió Ingenieros, aquella que siempre salva la dignidad de los pueblos como enfatizó Palacios. Ha llegado la hora de ella descubrir por sí sola sus objetivos e ideas, de reinventar a la Argentina e insertarla a la vanguardia de la centuria.
El que desea algo que nunca tuvo, debe prepararse para hacer algo que nunca hizo. Ley natural que empuja a la civilización hacia el camino de la evolución, que guía a los hombres de vanguardia a los grandes avances y a las grandes naciones a su apogeo. Y el día en que el lazo fraternal de los hermanos los guié el lema que inspiró a Palacios en su discurso -Ya no más recordaremos los errores que hemos cometido enfrentados en el pasado, y si celebraremos las grandes cosas que haremos juntos en el porvenir-; ese día; el gran edificio de la Asociación Argentina será, al fin, será.-
Ante el ocaso espartano de la virtuosidad y pudiendo sentir el aroma que desprende la cicuta dentro de su cuerpo, concluye el Sócrates argentino: -El hombre es resultado de lo que piensa, de lo que cree ser, de sus aspiraciones, de su fe inamovible de estar o no destinado a las grandes cosas, de su disciplina y perseverancia. En conclusión, si el conformismo innato continúa permitiendo prevalecer la pequeñez y la decadencia en su sociedad, ¡pobre Nación!; ya que miserables fueron y serán los pueblos que no creen estar destinados a las grandes cosas, porque a ellos, la Gloria no les ha reservado nada.-
Juan P. Pérego
Gracias, Dr. Juan Pérego
Y especiales gracias a su padre.
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