Desde principios del siglo XX, los argentinos luchamos por una filosofía de vida acorde a lo que aprendimos en la historia de la humanidad, copiando y probando lo que mejor sea para la nación en su conjunto.
Somos grandes imitadores de lo extranjero, teniendo la capacidad y fortaleza para construir un pensamiento nuevo, basado en lo que somos y en cómo somos.
Por aquellos años las ideas traídas de Europa que entraban por el puerto de Buenos Aires eran lo último en tecnología, algunas eran amoldables a nuestra idiosincrasia, otras no tanto y otras para nada.
El término de la guerra fría y caída del comunismo, decidió un mundo sin fronteras políticas pero con fronteras económicas y hablando en distintos idiomas, es como pactar con desconocidos, aumentando la brecha entre las pautas culturales.
Quisimos parecernos a los Estados Unidos con la ley de convertibilidad, como si una ley nos fuera a cambiar la mentalidad ingenua, por momentos; y aprovechando la era fuimos ricos inconformistas con el “deme dos” en el extranjero, dando vueltas en camionetas último modelo, sin pensar en nada ni en nadie. Éramos ricos por ley, hecho y derecho.
Cuando nos dimos cuenta que el mundo era otra cosa, algunos se rascaron la cabeza y sosteniendo algunos pocos pelos decidieron brutos cambios, sosteniendo que los cambios paulatinos no servían fuimos tres veces pobres y los que depositaron dólares, recibirán dólares y los que depositaron pesos, recibirán pesos; cubriendo así, la fabulosa mentira en ley.
En diez años sin ley, se copiaron formas, arrebatos, palabras y menesteres que ya no venían de Europa; nos libramos del papá, que conformaban la figura de Bush, pagando parte de la deuda al FMI y con eso, ya somos libres de ideas para poder manejar nuestras mentes a los antojos del que manda.
Al carecer de ideas propias, buscamos un líder más cercano, al norte del Mercosur, vive el ogro que nos instruye, el que tiene la plata para abastecernos a cambio de meter a la fuerza su concepción ideológica, una idea de otros para un pueblo pacífico.
La idea consiste en aplastar la intelectualidad sureña y manejarse con unos pocos que mandan; mentir, destruir e invadir el cerebro de los futuros pensantes; callar a los que piensan y dicen, destruyendo el consenso y aplicando del fanatismo mediante el populismo de masas pagas, con unas pocas monedas fabricadas sin respaldo.
Los gobernantes de los países de Latinoamérica tratan a sus gobernados como si fueran focas en un circo, entregándole una anchoa luego de cada pirueta.
Éste plan, sistematizado, ideado y no escrito que en Argentina se llama Modelo Nacional y Popular, no es otra cosa que un lavado cerebral sistematizado que se utilizó en la Rusia de 1920; en la Alemania de 1934 y depende de las personalidades dictatoriales, de la autocracia y del pueblo convencido y no pensante.
Los autócratas dependen de la masa y la simbiosis se paga con plata sin respaldo y en el peor de los casos, con dinero mal habido de las drogas y la trata de personas. A las masas no les importa de donde venga, como así no les importa que los controlen, a cambio de migajas que al otro día no vale absolutamente nada.
Éste plan, modelo o como quiera llamárselo, es un plan pensado y no escrito hoy, pero me recuerda a la obra de Adolf Hitler, “Mi lucha”.
Pintado así, parece que estamos en un grave problema; pero como soy un ser resiliente y no pretendo que todo el mundo lo sea, veo las situaciones de manera más positivista.
Para que un régimen autócrata caiga, lo que hay que hacer es dejarlo hacer, soportando y tolerando lo que el gobierno no puede pensar. Buscará ayuda externa, lo sabemos y dependemos de masas extranjeras para sobrevivir en el mundo globalizado; respiremos hondo, hagamos familia, trabajemos como si alcanzara el dinero para llegar a fin de mes.
Los tiempos cambiarán, el próximo gobernante será de transición y tendrá el deber de reprogramar a la sociedad para que sea sana y no dependa de masas, sino de cerebros.
José Luis Senlle
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