domingo, 27 de noviembre de 2016

VIAJE EN EL TIEMPO



En las tempranas mañanas de aquellos días, a principios del año 84, estaba desesperado por rendir las materias del ingreso a la facultad de medicina; el tiempo estaba desorganizado, claro… tenía que rendir 4 materias del secundario y los exámenes de ingreso.
Al no alcanzar el tiempo, le robaba horas al sueño y me levantaba a las 4 de la mañana, me bañaba como podía, a veces el calefón se apagaba por un aire maléfico que se despertaba conmigo y me duchaba rápido con agua fría, recién ahí me despertaba.
Encendía el fuego de la hornalla de la cocina para calentar agua, solo para tomar los mates de la mañana y en pijamas y ojotas abría el libro en las páginas donde había dejado la noche anterior.
Mientras el agua se calentaba, iba hacia la mesada del comedor y recogía el radiograbador Crown y sintonizaba la FM del momento, con volumen bajo, solo yo escuchaba la radio, la familia dormía.
Armaba mi propio estudio en el comedor: Libro abierto, pava, mate y radio.
Éste sistema que organizaba duró casi todos los años que estudiaba el pregrado de medicina.
Pasados 7 años de estudio constante sobre el organismo y enfermedades humanas, recibo el diploma el 10 de marzo de 1992; enorme, blanco, con marcas de agua del escudo de la Universidad de Buenos Aires, con todas las firmas en su dorso; que aún hoy conservo y conservaré durante toda mi vida.
Pasaron 20 años desde aquellos días, cuando voy de visita a una reunión de caballeros que me habían invitado, todos vestidos con traje negro, camisa blanca y realmente todos impecables para hablar sobre hechos filosóficos; me toca sentarme en un sitio donde podía ver todo.
El primero que habla es un caballero y dijo… “Buenas Noches, Señores.”
Automáticamente mis ojos se cerraron y mi corazón entró a palpitar con fuerza, mi mente se despertó y escuchando esa hermosa e inolvidable voz, retrocedí en el tiempo y viajé hasta los momentos donde tomaba aquellos mates con el libro abierto.
Llegada la pausa en la charla filosófica, me levanté de mi silla y fui caminando, despacio hacia el hombre de la bella voz y le pregunte:
- ¿Norberto, sos vos?
- Sí, soy.
Sin pensarlo, lo abracé, le di un beso en la mejilla y le digo:
-          Gracias.
-          ¿Por qué?
-          Me acompañaste toda mi carrera, en las madrugadas de la radio, mientras vos hablabas, yo te escuchaba y estudiaba. Muchas Gracias.
Hoy,  Norberto Tallón es docente de la escuela de locutores, admirablemente sabio y por supuesto, nunca abandonaré su amistad, rectitud, corrección y seguiré aprendiendo de él como antes.
Cada vez que me habla, el hombre me enseña y siempre con una actitud de eterno aprendiz, me toma de la mano como un alumno que quiere seguir adelante y el discípulo obedece.
La vida me enseña que el universo es finito y siempre nos vamos a encontrar con el maestro que viaja sin parar.

JOSÉ LUIS SENLLE

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