domingo, 4 de mayo de 2008

SENTIDO COMUN.-

Mucha gente opina que no se puede luchar contra el totalitarismo sin comprenderlo. Afortunadamente, esto no es cierto. Si el científico, mal guiado por su propia pesquisa, comienza a creerse un experto en política y a menospreciar la comprensión popular de la que ha partido, entonces perderá inmediatamente el hilo del sentido común, que es el único capaz de guiarle con seguridad a través del laberinto de sus propias conclusiones. Si, por otro lado, el estudioso quiere trascender su propio conocimiento –y no hay otra manera de proporcionarle sentido que trascenderlo-, deberá ser humilde de nuevo y escuchar muy atentamente el lenguaje popular. Desde comienzos de este siglo, el aumento del sinsentido ha estado acompañado por una pérdida de sentido común. En muchos aspectos, esto ha podido entenderse simplemente como un incremento de la estupidez. Los fenómenos totalitarios que ya no pueden seguir siendo entendidos en términos del sentido común y que desafían todas las reglas del juicio “normal”, esto es, del juicio utilitario, son sólo el ejemplo más espectacular del hundimiento de nuestra sabiduría común heredada. Desde el punto de vista del sentido común, no necesitábamos la aparición del totalitarismo para ver que vivimos en un mundo al revés, en el que ya no podemos encontrar el camino ateniéndonos simplemente a las normas de lo que una vez fue el sentido común.

La estupidez se ha vuelto tan común como el sentido común lo era antes, pero esto no significa que sea un síntoma de la sociedad de masas o que las personas “inteligentes” estén eximidas de ella. La única diferencia es que entre los no intelectuales permanece felizmente sin palabras y se torna insoportablemente ofensiva entre las personas “inteligentes”. Incluso podemos decir que, dentro de la intelligentsia, cuanto más inteligente es un individuo, más irritante resulta la estupidez que tiene en común con todos los demás. La bancarrota del sentido común en el mundo moderno, en el que las ideas más comúnmente aceptadas han sido “atacadas, rechazadas, cogidas por sorpresa y disueltas por los hechos”, y donde somos testigos por lo tanto de “una suerte de insolvencia de la imaginación y de bancarrota de la comprensión” “las leyes gobiernan las acciones de los ciudadanos y las costumbres regulan las acciones de los hombres”. Las leyes son el fundamento de la esfera de la vida pública o política, mientras que las costumbres establecen el ámbito de la sociedad. El declive de las naciones comienza con el socavamiento de la legalidad, cuando el gobierno abusa de las leyes o cuando la autoridad de sus orígenes comienza a ser dudosa y cuestionable. La consecuencia es que la nación, junto con la “creencia” en sus propias leyes, pierde su capacidad para la acción política responsable, y el pueblo deja de ser una ciudadanía en el pleno sentido de la palabra. No podemos confiar ilimitadamente en la tradición para prevenir el peor de los males. Cualquier incidente puede destruir una moralidad y unas costumbres que ya no tienen su base en la legalidad, cualquier eventualidad puede amenazar a una sociedad que ya no cuenta con el sustento de su ciudadanía. Pero si, a causa de un largo abuso de poder o de una gran conquista, el despotismo se estableciese en un momento dado, no habría costumbres ni clima que resistiera. La pérdida de la capacidad para la acción política, que es la condición central de la tiranía, y más que el aumento de la falta de significado y la pérdida del sentido común. En nuestro contexto, es especialmente destacable el peculiar e ingenioso reemplazo del sentido común por una lógica estricta, característica del pensamiento totalitario. Esta lógica no es lo mismo que el razonamiento ideológico, pero indica las transformaciones totalitarias de las respectivas ideologías. La principal distinción política entre el sentido común y la lógica es que el primero presupone un mundo común en el que todos encajamos y podemos vivir juntos, porque poseemos un sentido –el sentido común- que controla y ajusta todos los datos de nuestros sentidos estrictamente particulares con los de los demás. Por el contrario, la lógica -y toda autoevidencia de la que deriva el razonamiento lógico- puede pretender una fiabilidad que es independiente tanto del mundo como de la existencia de los demás, dondequiera que el sentido político por excelencia, el sentido común, fracasa respecto a nuestra necesidad de comprensión, nos encontramos demasiado dispuestos a aceptar la lógica como su sustituto, ya que la capacidad para el razonamiento lógico es común a todas las personas las ciencias políticas, que en su sentido más elevado están llamadas a perseguir la búsqueda de significado y a responder a la necesidad de una verdadera comprensión de los datos políticos. El simple hecho de que la acción política, como toda acción, es siempre esencialmente el principio de algo nuevo; en términos de la ciencia política, ésta es la verdadera esencia de la libertad humana. En la teoría del poder político de Maquiavelo, según la cual el acto mismo de fundación, esto es, el consciente principio de algo nuevo, requiere y justifica el uso de la violencia. Si la esencia de toda acción, y en particular de la acción política, es llevar a cabo un nuevo comienzo, entonces la comprensión se convierte en la otra cara de la acción. Sólo la imaginación nos permite ver las cosas en su adecuada perspectiva, nos permite ser lo bastante fuertes para poner a cierta distancia lo que nos resulta demasiado próximo. Este alejamiento de algunas cosas y este acercamiento a otras, forma parte del diálogo de la comprensión, para cuyos propósitos la experiencia directa establece un contacto demasiado próximo y el mero conocimiento levanta las barreras artificiales.

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